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Corriendo con un casco en la jupa


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Photo: Anastasia Taioglou. Unsplash.com

Quepos, Domingo 6 de diciembre del 2015, 4 de la mañana. Tal como lo había programado, el despertador empezó a sonar pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez no presioné infinitamente "snooze". Los diseñadores de producto tienen un talento especial para hacer que los sonidos del despertador sean los más molestos del mundo para que sea inevitable despertarse, pero ese día en particular le gané al tiempo, no porque mi reloj biológico estuviera programado para hacerlo, sino porque los nervios hicieron que me despertara decenas de veces durante la noche. Más tarde ese día hacía mi primer triatlón, lo que además implicaba que hacía mi primera competencia de aguas abiertas, mi primera competencia en bicicleta y mi primera competencia de carrera. Mientras manejaba camino al lugar de la competencia con las primeras luces del amanecer asomándose por encima de las plantaciones de palma que en esa zona inundan la vista, solo iba pensando que en un domingo normal estaría tranquilo en la casa, sin preocupación alguna y sin trasnocharme. Qué necesidad tenía yo de complicarme más la existencia estresándome los fines de semana? Unos minutos antes del disparo de salida, si alguien me daba la oportunidad de abandonar con un pretexto que fuera suficientemente aceptable para mi ego, seguramente lo hacía. Ni hablar de pensar en repetir la experiencia, en ese momento antes de salir me repetía a mi mismo varias veces que sería la primera y última vez, pero que tenía que vivirlo al menos una vez en la vida.

Hay un temor profundo cuando se va a entrar al mar a nadar la primera vez. No necesariamente es igual de fuerte en todas las personas, pero ahí está. Yo creo que en parte es explicado por la manera en que uno se vulnerabiliza, pues no hay mejor forma de sentirse insignificante que entregarse a formar parte de algo tan inmenso como el Océano. "Dicen que antes de entrar al mar el río tiembla de miedo. Mira para atrás (...) y ve frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre " escribe Khalil Gibran en una bellísima metáfora*. Como si ese factor no fuera lo suficientemente intimidante, en el triatlón se nada en una salida colectiva que, lejos de diluir el miedo de sentirse solo en el mar, lo empeora; porque le añade otro temor: morir "atropellado" por un "cardumen humano". Como se imaginarán, salir de nadar es un alivio porque de alguna forma estamos volviendo a la dimensión a la que estamos acostumbrados. Corrí desde el muelle donde terminaba el circuito de la natación para tomar mi bicicleta: casco, zapatos, geles pegados en el marco de la bicicleta; todo lo que tenía en el checklist mental que había repasado miles de veces el día antes de la competencia. En buena teoría, la bicicleta es más fácil y natural para los que desde niños la usamos como medio de transporte, hasta que se experimenta el paso acelerado de grupos de competidores que te adelantan como locomotoras a pocos centímetros, sobrepasando a todos los ciclistas principiantes que vamos más pendientes de no caernos y el protocolo de nutrición, que de alcanzar algún podio o un récord personal. Son tantas las cosas que uno está pendiente de recordar que a veces olvida las más básicas y después de 20Km de bicicleta y una transición donde con extremo cuidado me coloqué todo lo que debía llevar para la carrera, ahí iba yo corriendo y alejándome del parqueo de bicicletas con el casco en la jupa. Por fortuna me di cuenta unos metros antes de pasar por el punto donde la mayoría del público alentaba a los corredores. Estoy seguro de que haberme visto corriendo con el casco habría sido algo inédito (sin mencionar lo gracioso), pero quedaría para otra ocasión porque para el momento en que pasé frente a las personas, mi casco ya formaba parte de un jardín que estaba al lado del camino y que me pareció un buen lugar para esconderlo mientras terminaba la carrera.

Cinco años después de varios triatlones, aguas abiertas, maratones y fondos de bici, ahí estoy nuevamente la noche antes de mi primer Ironman en un hotel en Frankfurt, con más nervios que ganas, y por si fuera poco con un pronóstico de ola de calor para el día del evento. Aunque sabía que el evento era retador (por decir poco), recordaba toda la preparación en los meses (y años) previos, con días de doble jornada y hasta 20 horas semanales de ejercicio que debían programarse junto a las jornadas de trabajo y por supuesto las actividades familiares, porque lo cierto es que un evento así no solo involucra a quien lo hace, sino también a la familia entera. Ahí estaba yo a las puertas de otro evento, preguntándome si me había inscrito por estupidez o por ingenuidad o por una mezcla de ambas. Mientras repasaba el protocolo de nutrición (mil veces más complejo que el de ahora lejano evento en Quepos) me fue inevitable preguntarme que me llevó nuevamente a elegir hacer algo que me sacaba tan radicalmente de mi zona de confort. La respuesta vendría el 30 de Junio al final del día, luego de más de 12 horas de actividad continua dividida en 3800 metros de natación, 185 kms de bicicleta (el IM de Frankfurt tiene 5 km más de bici que la distancia convencional) y una maratón (42.2 kms). Es indescriptible la sensación de logro que se obtiene al cumplir exitosamente un reto tan exigente; tan al límite de nuestras posibilidades. Mihaly Csikszentmihalyi en su libro Flow nos explica las razones para hacerlo:

"Contrariamente a lo que creemos, los momentos como éstos, los mejores momentos de nuestras vida, no son momentos pasivos, receptivos o relajados (aunque tales experiencias también pueden ser placenteras si hemos trabajado duramente para conseguirlas). Los mejores momentos suelen suceder cuando el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en un esfuerzo voluntario para conseguir algo difícil y que valiera la pena"

En un Ironman, el verdadero poder de la voluntad humana se experimenta en la segunda transición, entre la bici y la carrera. Luego de más de 7 horas de ejercicio continuo que contempla 4km de natación y 180km de bicicleta, sentado en uno de las muchas bancas dispuestas para los atletas en la carpa de la transición 2, mientras me coloco los tenis y me aseguro de quitarme el casco, el pensamiento más fuerte y constante, como una grabación de supermercado que se repite una y otra vez, es: cómo voy a hacer para completar una maratón?. Ese 30 de Junio la carrera inició para mí con una temperatura ambiente que rondaba los 38 grados centígrados y el recorrido tenía a lo sumo un 10% de sombra gracias a unos cuantos árboles. Un 26% de los competidores abandonó la competencia ese año. El mayor histórico para ese evento...

Esta persecución constante de la incomodidad, trae grandes lecciones que se pueden aplicar a la vida:

  1. "El único lugar donde éxito está antes que preparación es en el diccionario" era una lección que siempre me recordaba un gran líder y amigo Andres Adler.

  2. El ejercicio en nuestra vida no puede ser menos prioritario que el trabajo. Si ir al trabajo día a día no es opcional, el ejercicio con mucha menos razón debe serlo.

  3. Debemos buscar hacer transiciones pausadas, sin apresurarnos, con compasión en nosotros mismos por los límites que como seres humanos tenemos.

  4. En equipo todo es más fácil y eso aplica aún en deportes individuales, sobre todo al momento de la preparación. Es mucho más difícil prepararse solo.

  5. Crecer en cualquier ámbito es más fácil si se cuenta con un gran "coach". A nivel profesional, personal y deportivo me han ayudado enormemente.

Afortunadamente, ese año en Frankfurt no estuve dentro de esa estadística de abandono y la verdad es que no considero que sea gracias a que tenga algún talento extraordinario. Luego de esa prueba, estaba clarísimo de dos cosas: la primera era que si de verdad se lo propone, cualquier persona podría hacer un Ironman. La segunda es que las cosas grandiosas se alcanzan en el largo plazo, no hay camino corto. Yo inicié en el triatlón en el 2016 inspirado por la posibilidad de algún día poder llegar a hacer un Ironman. Al cabo de 5 años logré la meta y lo mejor de todo es que la preparación me permitió mejorar y aumentar mi confianza para saber que podía llegar a la meta y cruzarla corriendo sin el casco en la jupa.


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*"Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y ve frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el río no puede volver. Nadie puede volver. Volver atrás es imposible en la existencia. El río necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, sino de convertirse en océano.”
 
 
 

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